Celebración de la fantasía

Hoy que el ritmo mundano nos obliga a vivir atados a un celular y la realidad tan complicada nos lleva a fantasear sobre cosas tan simples como “vivir un día de campo” o “tener tiempo para un libro”.De repente apareció éste relato ante mí y no pude dejar de verme reflejado en él, sintiendo de nuevo ese hermoso sabor que tenia la fantasía en mí niñez, cuando todo estaba por hacer y soñar e imaginar cosas era un deporte perfecto. Será por eso que no pude evitar la tentación de compartirlo con ustedes, se que muchos sonreirán después, otros no dirán nada y alguno pensara “este tipo es un soñador. Pero...como decía un “loco”: No soy el único”


Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien? -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.

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