PALABRAS Y HABLADORES


Estoy harto de palabras y habladores. Mi alma está cansada de las palabras y de los habladores. Mi doctrina se ha perdido en medio de palabras y habladores.
Despierto por la mañana y veo a las palabras, sentadas a mi lado, sobre los rostros de las cartas y los periódicos y las revistas. Y me lanzan miradas, llenas de astucia y falsedad. Me levanto, me siento al lado de mi ventana para librar mi semblante del velo del sueño con una taza de café y las palabras me siguen y se alzan, frente a mí, petulantes y endiabladas. Después, extienden su mano hacia mi café y lo beben conmigo. Y, si fumo, fuman conmigo. Salgo a trabajar y las palabras me acompañan, hechas zumbido en mis oídos y tumulto en mi cerebro. Trato de expulsarlas, mas ellas se ríen burlonas y vuelven a susurrar, a zumbar en tumulto.
Camino por la calle y veo palabras en movimiento en todos los comercios. Y palabras inmóviles sobre las paredes de las casas. Las veo en los semblantes de las personas cuando están quietas y silenciosas y también cuando se mueven y gesticulan. Cuando me siento a conversar con un amigo las palabras se sientan con nosotros. Y, si encuentro un enemigo, las palabras se inflan y se esparcen y se multiplican y acaban formando un ejército inmenso, que se extiende de uno a otro continente.
Penetro en tribunales y escuelas e instituciones y, ¿qué es lo que encuentro? Palabras y más palabras, todas sirviendo de marco para mentiras y astucias.
Voy a la fábrica, o a la oficina, o a la repartición pública y encuentro palabras, reunidas en familias, en tribus y, todas, mirándome con grosería y riéndose y burlándose de mí. Y si me sobraron energías para visitar iglesias y templos, también allí, encuentro palabras entronizadas, coronadas y portando cetros finamente labrados y suaves al tacto.

Y, cuando llega la noche y regreso a mí casa, encuentro las mismas palabras escuchadas durante el día, pendiendo del techo como serpientes y caminando por los rincones como escorpiones.
Palabras en alas del éter. Palabras sobre las olas del mar. Palabras en los bosques y en las grutas y en las cumbres de las montañas.
Palabras en todas partes. ¿Dónde puede esconderse quien busca la paz?
¿Tendrá Dios pena de mí y me enviará la sordera para que pueda vivir feliz en el paraíso de la quietud eterna? ¿Habrá sobre la faz de la tierra un rincón libre del tumulto y la confusión de las lenguas, donde las palabras no sean vendidas ni compradas, ni dadas ni tomadas?
¿Habrá, entre los habitantes de la tierra, alguien que no se adore a sí mismo mientras habla? ¿Habrá, entre los hijos de Adán, alguien cuya boca no sea guarida de falsedades? Si los habladores fuesen de una sola clase, los aguantaría y me conformaría. Pero pertenecen a innúmeras clases y categorías.

Están los habladores semejantes a ranas, que viven todo el día en los pantanos. Y, cuando llega la noche se acercan a las márgenes, levantan la cabeza por encima del agua y comienzan a perturbar la quietud con voces tan horribles que oído alguno puede soportar.
Están los habladores semejantes a mosquitos, también ellos producto de los charcos. Revolotean alrededor de nosotros, zumban en nuestros oídos sin otra finalidad que la de irritarnos y molestarnos.
Están los habladores semejantes a piedras de molino, los que producen el mismo barullo infernal que las piedras de molino.
Están los habladores semejantes a vacas, que llenan sus estómagos de pasto y se paran en las esquinas y en las plazas para lanzar al viento sus mugidos.
Están los habladores semejantes a lechuzas, que pasan su tiempo entre los cementerios de los vivos y los cementerios de los muertos, prodigando sobre ambos sus lúgubres chistidos.
Están los habladores semejantes a tambores, que golpean sobre sí mismos con mazas, extrayendo de sus bocas vacías sones tan inarticulados como los de los tambores.
Están los habladores semejantes a telares, que tejen viento con el viento y permanecen con mentes vacías y sin ropa.
Están los habladores semejantes a grillos que, considerándose domadores del mundo, como dice el poeta, van chillando por todas partes.
Están los habladores semejantes a campanas, los que llaman al pueblo al santuario mientras ellos quedan afuera. Y hay muchas otras clases y categorías y tribus de habladores. Y ahora, que he mostrado mí menosprecio por las palabras y los habladores, me siento como un médico enfermo o como un criminal predicando a otros criminales. He censurado a las palabras con palabras. Y, deseando huir de los habladores, me he revelado como uno de ellos.
¿Querrá Dios, antes de enviarme al valle del Pensamiento, del Sentimiento y de la Verdad, donde no existen palabras ni habladores, perdonarme?

Gibran Khalil Gibran
LA TEMPESTAD
(1920)


Gibran Khalil Gibran fue un poeta, pintor, novelista y ensayista nacido en Becharré, Líbano, el 6 de enero de 1883 y fallecido el 10 de abril de 1931 en Nueva York. En 1928 publica su último libro Jesús, el Hijo del Hombre, obra que hace conservar la reputación y fama notorias del autor. Hoy su tumba en su ciudad natal es un lugar de peregrinación

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